Antes de que los telefilms de niñeras psicópatas y jefes acosadores copasen las sobremesas del fin de semana, hubo un tiempo de colorines en el que sólo había cabida para fantasmas simpatiquísimos, animales parlantes, padres con poderes mágicos o simplemente niños gamberros que siempre se salían con la suya. Los niños, sin duda, éramos el público objetivo.
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